Wednesday, 6 July 2011

Primeros encuentros con Leh

Nuestro viaje comenzó a la una y media de la mañana cuando nos levantamos a empacar. Cruzamos la calle para esperar el bus y mientras esperábamos concimos a algunos de nuestros compañeros de viaje: Lina y Antonia, dos niñas alemanas que estaban haciendo voluntariado en Delhi y sus dos amigos indios, Ronie y Amish; niños ricos de Punjab.
          El bus, como era de esperarse porque estamos en India, llegó tarde y destartalado. Todos nos miramos con cara de espanto, hicimos chistes sobre nuestro futuro incierto y nos montamos al pichirilo dispuestos a enfretar lo lo que nos deparara el destino.
         La primera parte de nuestro viaje no estuvo tan mal. Hacía un poco de frío, pero de todos modos pude dormir sin problema. Sin embargo, de repente el carro frenó en seco. Abrí los ojos y me di cuenta de que estábamos en una carretera hermosa con montañas enormes cubiertas de nieve; ya empezábamos a cruzar los Himalayas. La carretera, no obstante, no está en sus mejores condiciones--de hecho, sólo la abren en verano porque en el invierno es intransitable--y nuestra camionetica se había quedado atascada en el pantano.
          Algunos camioneros trataron de empujar el carro, pero entre más aceleraba el chofer, más nos enterrábamos. Así que todos los pasajeros nos apeamos para que el carro estuviera más liviano. Al segundo intento la camioneta salió del barrisal, pero el exosto le colgaba. Todos le señalamos al chofer el exosto suelto y él no tuvo ningún problema en terminárselo de quitar y ponerle en el techo junto con los morrales. Por supuesto el monóxido de carbono no tenía por dónde salir y de repente inundaba toda la cabina, así que abrimos las ventanas para no morir ahogados. Afortunadamente el clutch de la camioneta también falló evitando que continuáramos con nuestro viaje mortal.
          Terminamos entonces completamente barados en medio de los Himalayas a unas tres cuadras de unas carpas en donde vendían té, galletas y noodles. Yo estaba que me moría del frío; cuando Caleb y yo "planeamos" el viaje no consideramos venir a Ladakh y el resto de la India está a 48°C, así que yo estaba sin medias, con un saquito pendejo y con unas ganas de orinar miedosas. Caleb me prestó un par de medias y me acompañó a una piedrita que se convirtió en mi baño... hasta que ya mucha gente lo había usado y me tocó buscar uno nuevo.
         Llamamos a la compañía de transporte a avisar sobre nuestra desgracia para que mandaran otro carro, y aunque dijeron que llegaba en tres horas terminamos esperando diez´. Sí, desde las ocho de la mañana hasta casi las seis, a 2°C con nada más de comer sino noodles instantáneos y té con leche en lata.
         Los niños indios se puesieron a fumar hachís con unos israelitas que también venían con nosotros. Caleb y yo nos pusimos a cantar y a tocar guitarra con las alemanas. Esa dicha, sin embargo, sólo duró un poco, después nos cogió el tedio y el malgenio. A los "baños" ya no le cabían más bollos, a los indios más porros y a nosotros más sacos, cobijas y noodles.

          Los israelitas se mamaron y decidieron que lo mejor era volver a Manali, pero el resto del grupo prefería congelarse en las montañas que volver. Finalmente al otro día nos habría tocado madrugar y pasar por el pantanal de nuevo. Así que preferimos quedarnos allí con el señor de los noodles; ya habíamos negociado un pedazo de la carpita y todo por si nos tocaba quedarnos a dormir esa noche. Los isrelitas echaron dedo, pagaron un millonada por volver a Manalo y se fueron sin despedirse. El grupo sintió un "fresquito", al menos la mala energía se había ido y un futuro al estilo de El señor de la moscas ya no era una opción; quedábamos los chéveres... y los trabados, pero esos no cuentan.
          A la media hora llegó la nueva camioneta ¡con los israelitas adentro! se habían encontrado en la mitad del camino. Pese a esto nos montamos felices, aplaudiendo y celebrando. Nunca en mi vida he visto a once personas más contentas porque "apenas les quedan veinte horas de camino".
          Empezamos a descender la montaña y el paisaje inmediatamente cambió. Ya no eran piedras y nieve lo que veíamos, sino montalas muy altas y muy verdes, con ríos cristalinos y pequeñas aldeas en donde se distinguían algunos cultivos; era el valle Lahaul. Allí nos detuvimos porque la armada tenía que revisar nuestros pasaportes--como Ladakh está al aldo de Kashmir, entre China y Pakistán, la zona está bastante vigilada.
          Caleb, Comlish (un pasajero indio, diferente a los marihuaneros) y yo a provechamos a comer algo diferente a noodles. Comlish nos dijo que probáramos siddus, unas empanadas hervidas rellenas de una paste de vegtales y pique. Pues ha sido lo más rico que me he comido acá en la India, aunque todavía no tengo claro si de verdad los siddus son así de deliciosos o si me supieron a gloria porque no había comido nada en diez horas.
          Continuamos nuestro camino y el paisaje era cada vez más impresionante. ¡Jamás en la vida he visto montañas tan latas e imponentes! Sin embargo, muy pronto se hizo de noche y nos tocó parar a dormir porque es humanamente imposible manejar en la oscuridad cuando la "autopista" consiste en una trocha destapada de un sólo carril y con un abismo a lo colombiano, pero que aun así es doble vía. Cuando llegamos a nuestro "hotel" no se veía nada. Con las liternas que teníamos distinguimos una sábana que tenían por puerta y la "abrimos". Adentro había al menos veinte personas envueltas en plumones blancos como orugas y durmiendo uno junto al otro. Los cascos en el suelo nos indicaban que eran motociclistas a los cuales como a nosotros les había cogido la noche. Rapidamente salió una mujer gorda y bajita a acomodar a los once nuevos inquilinos de la cama franca. A Caleb y a mí nos correspondió una esquina y la mujer nos equió con dos almohadas, dos cobijas y el plumón. Con la misma ropa con que llegamos, la misma con la que habíamos estado el día anterior en Vashisht, nos acostamos a dormir muy pegados el uno del otro tratando de vencer el frío del glaciar.
          Yo dormí con un ángel la verdad, pero me levantpe con una alergia infernal por el polvero de las almohadas y las cobijas. Domir allí valió toda la pena, sin embargo, porque cuando salí de la carpa me encontré con un paisaje sublime: inhóspito y agobiante, pero absolutamente bello. Eran las cinco y media de la mañana, ya completábamos veintitrés horas de viaje y todavía nos faltaban al menos diez.
         Empezamos a descender la montaña de nuevo y todos seguíamos impresionados con el paisaje. De repente, los glaciares se convirtieron en un desierto austero y abrumador; habíamos por fin entrado a Ladakh. La altura, cinco mil metros sobre el nivel del mar, y mi alergia afectaban mi respiración y los muchachitos fumando marihuana adentro del carro no colaboraban con la causa indispensable de introducir oxígenos a los pulmones. Cuando por fin llegamos a una altura manejable, tres mil metros, intenté dormir un poco, al fin y al cabo el paisaje se había vuelto monótono; pero dormir no era sencillo. No hay un solo metro de la carretera que esté pavimentado. así que todo el camino parecíamos convulsionando y cuando por fin podía yo caer en los brazos de Morfeo y dormir con la boca abierta y la baba características del sueño profundo, un hueco me hacía siempre morder la lengua.
          Sobrevivimos, a pesar de todo, y a las cinco de la tarde llegamos a Leh. Fueron treinta y nueve horas de camino destapado, frío y seco; pero que valieron totalmente la pena. Jamás en mi vida he visto un paisaje más hermoso y formidable. Un paisaje que puso en perspectiva mi vida porque aunque para mí fue una experiencia difícil que a duras penas sobreviví por el frío, la altura, la falta de baño, etc., para muchas otras personas es el pan de cada día; es su hogar. Y aunque yo lo pensaría dos veces (tal vez tres) antes de volver a hacer este viaje, al menos todo de un tirón, el chofer de la camioneta se lo hace por lo menos dos veces a la semana y por tan sólo unas cuantas rupias.
         

En Leh habíamos quedado de encontrarnos con Tongyot, el Geshe que nos invitó a pasar una semana con su familia en Ladakh. Sin embargo, como Tongyot nos había dicho que la casa de su hermano quedaba en el campo y que no tenía ni baño ni lujos, decidimos quedarnos esa noche en un hotel para hacer chicí en un inodoro y tomar una ducha.
          Al otro día, por la mañana, llegó Tongyota recogernos. De nuevo nos advirtió que la casa de su hermano era muy humilde y que si nos traía era porque le parecía que iba a ser una buena experiencia para nosotros, para que valoráramos lo que teníamos y nos desprendiéramos de las cosas materiales. Caleb y yo íbamos dispuestos a todo, pero oh sorpresa cuando llegamos, ¡el que tiene que valorar lo que tiene es Tongyot! Qué casa más linda y cómoda. El lote donde está construída está lleno de árboles y al fondo tiene una huerta en donde siembran papa, rábano, cebolla, cilantro, zanahoria, mostaza, espinaca y otras verduras Ladakhis que no conozco.
          Cuando uno abre la puerta principal se encuentra con un pasillo largo y ancho. A mano derecha están las habitaciones y a mano izquierda un solar, el comedor y la cocina. Cada uno es un espacio independiente con colchones en el piso, tapetes de lana tejidos a mano y pequeñas mesitas personales deliciosamente talladas en madera y pintadas en colores muy vivos. Las ventanas van de piso a techo, también talladas en madera y con pequeños vitrales verdes en la parte superior. La cocina, aunque no es la tradición Ladakhi porque antes se cocinada en fogón de leña y carbón, se ve como cualquier cocina de occidente con fogoón de gas porque la luz no llega sino hasta las siete de la noche.
           Al final del corredor hay unas escaleras que llevan a la azotea en donde están el salón de meditación y el baño. El baño, a pesar de ser bastante rústico es mucho más limpio que muchos de los baños con inodoro. Consiste en un hueco en el piso al lado del cual uno pone cada pie para acuclillarse y por donde se van los desechos. Para evitar olores hay un morrito de arena con una pala, arena que uno debe echar por el mismo hueco por el que poposeó y/o orinó para cubir aquello. Todos los excrementos que caen a un cuarto en el primer piso los usan luego como abono para la huerta. ¡Es el baño más ecológico al que jamás he entrado!
          Pero a pesar de mi admiración por el baño Ladakhi, mi primera experiencia en él fue bastante jocosa... por citadina que soy. Subí a hacer popó una tarde y me bajé los pantalones, me puse en cuclillas y comencé mi tarea. De pronto, vi una sombra en el cuarto de abajo y pensé que era Norbu, el hermano de Tongyot. que entraba a sacar abono, así que me paré de inmediato y en medio de mi susto y pena casi se me fue una chancla por el hueco. Afortunadamente nada pasó, ni se me cayó la chancla ni Norbu entraba a sacar abono y pude terminar en paz y en medio de carcajadas por mi estupidez.  

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